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martes, 3 de noviembre de 2009

Sueño Azul...



... Y me dejo llevar por las nubes hacia lugares desconocidos por mi corazón.

La casa azul en que nací, está situada en una colina rodeada de hualles, un sauce, castaños, nogales; un aromo primaveral en invierno —un sol con dulzor a miel de ulmos— chilcos rodeados a su vez de picaflores, que no sabíamos si eran realidad o visión ¡tan efímeros!

En invierno sentimos caer los robles partidos por los rayos. En los atardeceres salimos, bajo la lluvia o los arreboles, a buscar las ovejas (a veces tuvimos que llorar la muerte de alguna de ellas, navegando sobre las aguas) Por las noches oímos los cantos, cuentos y adivinanzas a orillas del fogón, respirando el aroma del pan horneado por mi abuela, mi madre, o la tía María, mientras mi padre y mi abuelo —Lonko de la comunidad— observaban con atención y respeto.

Hablo de la memoria de mi niñez y no de una sociedad idílica. Allí, me parece, aprendí lo que era la poesía... las grandezas de la vida cotidiana, pero sobre todo sus detalles; el destello del fuego, de los ojos, de las manos.

Sentado en las rodillas de mi abuela oí las primeras historias de árboles y piedras que dialogan entre sí, con los animales y con la gente. Nada más, me decía, hay que aprender a interpretar sus signos... y a percibir sus sonidos que suelen esconderse en el viento.

Tal como mi madre ahora, ella era silenciosa y tenía una paciencia a toda prueba. Solía verla caminar de un lugar a otro, haciendo girar el huso, retorciendo la blancura de la lana. Hilos que en el telar de las noches se iban convirtiendo en hermosos tejidos. Como mis hermanos y hermanas —más de una vez— intenté aprender ese arte, sin éxito.

Pero guardé en mi memoria el contenido de los dibujos que hablaban de la creación y resurgimiento del mundo mapuche, de fuerzas protectoras, de volcanes, de flores y aves...
También con mi abuelo compartimos muchas noches a la intemperie. Largos silencios, largos relatos que nos hablaban del origen de la gente nuestra, del primer espíritu mapuche arrojado desde el Azul... De las almas que colgaban en el infinito como estrellas. Nos enseñaba los caminos del cielo, sus ríos sus señales... Cada primavera lo veía portando flores en sus orejas y en la solapa de su vestón, o caminando descalzo sobre el rocío de la mañana.

También lo recuerdo cabalgando bajo la lluvia torrencial de un invierno entre bosques enormes.
Era un hombre delgado y firme. Vagando entre riachuelos, bosques y nubes... veo pasar las estaciones: Brotes de Luna fría (invierno), Luna del verdor (primavera) Luna de los primeros frutos (fin de la primavera y comienzo del verano) Luna de los frutos abundantes (verano) y Luna de los brotes cenicientos (otoño) Salgo con mi madre y mi padre a buscar remedios y hongos. La menta para el estómago, el toronjil para la pena, el matico para el hígado y para las heridas, el coralillo para los riñones —iba diciendo ella.
Bailan, bailan, los remedios de la montaña —agregaba él- haciendo que levantara las hierbas entre mis manos.
Aprendo entonces los nombres de las flores y de las plantas, los insectos cumplen su función..
Nada está de más en este mundo... El universo es una dualidad: lo bueno no existe sin lo malo.
La Tierra no pertenece a la gente. Mapuche significa Gente de la Tierra —me iban diciendo-

En el otoño los esteros comenzaban a brillar... El espíritu del agua moviéndose sobre el lecho pedregoso, el agua emergiendo desde los ojos de la Tierra.
Cada año corría yo a la montaña para asistir a la maravillosa ceremonia de la naturaleza
Luego llegaba el invierno a purificar la Tierra, para el inicio de los nuevos sueños y sembrados
A veces los guairaos pasaban anunciándonos la enfermedad o la muerte...
Sufría yo pensando que alguno de los mayores que amaba, tendría que encaminarse hacia las orillas del Río de las Lágrimas, a llamar al balsero de la muerte para ir a encontrarse con los antepasados... y alegrarse en el País Azul.

Una madrugada partió mi hermano Carlitos... Lloviznaba, era un día ceniciento...
Salí a perderme en los bosques de la imaginación (en eso ando aún)

El sonido de los esteros nos abraza en el otoño. Hoy, les digo a mis hermanas Rayén y América: Creo que la poesía es sólo un respirar en paz —como nos lo recuerda nuestro Jorge Teillier— mientras como Avestruz del Cielo por todas las tierras hago vagar mi pensamiento triste.

Y a Gabi Caui Malen y Beti, les voy diciendo: Ahora estoy en el Valle de la Luna, en Italia junto al poeta Gabriele Milli. Ahora estoy en Francia, junto a mi hermano Arauco. Ahora estoy en Suecia junto a Juanito Cameron, y a Lasse Söderberg. Ahora estoy en Alemania, junto a mi querido Santos Chávez y a Doris. Ahora estoy en Holanda, junto a Marga, a Gonzalo Millán y a Jimena, Jan y Aafke, Juan y Kata. Llueve, llovizna, amarillea el viento en Amsterdam...

Brillan los canales en las antiguas lámparas de hierro y en los puentes levadizos. Creo ver un tulipán azul, un molino cuyas aspas giran y despegan...

Tenemos deseos de volar: Vamos, que nada turbe mis sueños —me digo.

Y me dejo llevar por las nubes hacia lugares desconocidos por mi corazón.

Elicura Chihuailaf.


1 comentario:

Armida Leticia dijo...

Saludos desde México, a este hermoso "sueño azul".